lunes, 1 de octubre de 2012











                                                                       ANGELA MARIA
                                            GARCIA DUQUE 

     CRÓNICAS DE LA VIOLENCIA, Y EL ABUSO  
                                                                                                                      JUVENIL.


Hay una gran preocupación social por el aumento de comportamientos violentos en los adolescentes, que ha ido creciendo formidablemente en los últimos años y cada vez a edades más cortas, causando graves problemas  difíciles de afrontar en  los diferentes ámbitos de la vida.

La adolescencia es un período en la que el joven experimenta grandes cambios de personalidad. Se producen cambios de conducta e inestabilidad emocional, son jóvenes con mucha energía que han de aprender a controlar sus impulsos. Es un período en la que están formando su identidad, por lo que sus futuras conductas dependerán en gran medida de cómo superen todos estos cambios y en el apoyo que su familia le brinde.

Los adolescentes violentos son aquellos que no se ajustan a las normas, son impulsivos, intolerantes e inconformistas. En los colegios y demás espacios suelen  provocar disturbios y en ocasiones suelen actuar amenazando a sus compañeros. Algunos de estos adolescentes llegan a participar en peleas, agrediendo físicamente por medio de golpes o con algún objeto o incluso con armas y pudiendo causar daño físico a él mismo o a otras personas. En estos casos pasan de ser un adolescente violento para convertirse en un delincuente.

A Diario se suele escuchar en las noticias  el protagonismo juvenil en actos delictivos, de prostitución y de abuso; hechos que asustan, asombran y ponen en aviso una situación que se les está saliendo de las manos a las autoridades. Mientras que la sociedad descontenta exige soluciones al ser testigos de este tipo  de situaciones; de las que deberían ser parte, y en la mayoría de casos lo que predomina en las personas es la impotencia de no poder hacer algo.

Según  “la coordinadora  del sipiav, María Elena Mizrahi, reconoció que en el país la violencia  hacia los niños, niñas y  adolescentes es un problema social importante que demanda políticas publicas que comprenden al estado, a las asociaciones no gubernamentales y de la sociedad civil”.

Los técnicos del sistema sipiav  sostienen,  con datos  a la vista que durante los dos primeros años de violencia  fueron  de tipo menor, con porcentajes de (31.4% y 37.4%); y en el 2009 este supero en registro a la violencia física, llegando a los 44% de los casos.  El informe de las noticias  sipiav  arrojó el 81.23% de violencia emocional, el 42.5% de violencia física y el 37% de violencia sexual en jóvenes y niños.

Voces silenciadas por experiencias vivenciales miserables que han dejado marcadas sus vidas  eternamente.

 Hoy en día el síndrome de la violencia es adquirido por modelos familiares o sociales, el joven no nace violento,  se hace así a causa de sus primeros cinco años compartiendo con su familia y aprendiendo de ella,  ya que estos son sus pilares  fundamentales para  su vida adulta. Por  ello, está en cada uno, y en la sociedad misma, poder cambiar una forma de pensar,  de entender  e  interpretar las actitudes,  preferencias, gustos, disgustos y demás formas de pensar en los jóvenes.  No hay que acostumbrase a vivir en un mundo violento  que no se desea,  ni se quiere,  a  base  de prejuicios y  preconceptos  sobre los adolescentes; siendo respetados y respetando los derechos de los demás.

 La mayoría de los niños y adolescentes han encontrado en el contexto familiar que les rodea condiciones que les han permitido desarrollar una visión positiva de sí mismos y de los demás, necesaria para: aproximarse al mundo con confianza, afrontar las dificultades de forma positiva y con eficacia, obtener la ayuda de los demás o proporcionársela; condiciones que les protegen de la violencia. En determinadas situaciones, sin embargo, especialmente cuando los niños están expuestos a la violencia, pueden aprender a ver el mundo como si solo existieran dos papeles: agresor y agredido, percepción que puede llevarles a legitimar la violencia al considerarla como la única alternativa a la victimización. Esta forma de percibir la realidad suele deteriorar la mayor parte de las relaciones que se establecen, reproduciendo en ellas la violencia sufrida en la infancia.

 Los estudios sobre las características de los adultos que viven en familias en las que se produce la violencia reflejan que con frecuencia su propia familia de origen también fue violenta. Existe suficiente evidencia que permite considerar a las experiencias infantiles de maltrato como una condición de riesgo, que aumenta la probabilidad de problemas en las relaciones posteriores, incluyendo en este sentido las que se establecen con los propios hijos y con la pareja.  Sin embargo  la transmisión del maltrato no es algo inevitable. La mayoría de las personas que fueron maltratadas en su infancia (alrededor del 67%) no reproducen dicho problema con sus hijos. Y el maltrato en la vida adulta se produce también en personas que no fueron maltratadas en su infancia.

En el futuro, sin duda alguna, la medida más importante es implementar un programa integral de medidas para enfrentar y evitar el maltrato,  abuso y violencia juvenil.  Preparando personal especializado  entre psicólogos y profesores que les brinde a los jóvenes un debido acompañamiento y asistencia a las victimas;  preparándolos y recreándolos  en actividades lúdicas como el futbol, el ajedrez, el basquetbol, el voleibol, etc.  Para que puedan salir, recuperarse y afrontar el mundo real.

Como conclusión se puede decir que los niños y los adolescentes  tienen derecho a recibir protección contra cualquier forma de violencia, y abuso; y que el apoyo que nos brinda la familia y las enseñanzas que nos dan,  son muy importantes para desarrollar nuestro comportamiento futuro.








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